¿Arreglar o matar el JavaScript instalado automáticamente?

Este artículo es una traducción del inglés del artículo «Fix or Kill Automatically Installed JavaScript?» publicado por Julie Marchant bajo la licencia CC BY-SA 4.0.

En el ensayo de Richard Stallman, «La Trampa de JavaScript», se señala que la gente ejecuta software privativo que es silenciosamente, automáticamente instalado en sus navegadores cada día. De hecho, él restó importancia en gran medida al problema; no solo la mayoría de usuarias está ejecutando programas privativos cada día meramente navegando la Red, están ejecutando docenas o incluso cientos de tales programas cada día. La Trampa de JavaScript es muy real y prolífica; se dice que la Red está tan rota sin estas extensiones de HTML no estándares, normalmente privativas, que los navegadores han pasado a ni siquiera ofrecer una opción obvia para deshabilitar JavaScript; deshabilitar JavaScript, se argumenta, solo causará confusión.

Es obvio que necesitamos resolver este problema. Sin embargo, al centrarse en si los guiones son «triviales» o libres, el señor Stallman olvida un punto importante: este comportamiento de instalación de software automático, silencioso es, en sí, el principal problema. Que la mayoría del software en cuestión sea privativo es meramente un efecto secundario.

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¿Por qué el software privativo va en contra del espíritu educativo?

El software privativo no forma parte del conocimiento de la humanidad, porque ni siquiera se puede estudiar: permanece secreto y restringido.

La cooperación con el software privativo también está restringida. No puedes compartir sin incumplir la ley. Al no poder estudiar el código fuente, no se pueden realizar modificaciones ni averiguar cómo funciona.

La compañía de software o el particular es quien tiene el poder; no el usuario. En cualquier momento pueden dejar de desarrollar la tecnología, deshacerse de ella, subirle el precio, utilizarla para espiarte... En resumen, dejas de tener el control: estás en manos de la buena voluntad de una empresa.

Si nos centramos en el aprendizaje de programación, por ejemplo, observamos que con software privativo es prácticamente imposible. Los programas privativos impiden la colaboración de los usuarios y programadores en su diseño y desarrollo. Por lo tanto, no puedes hacer siquiera una pequeña modificación a un programa. No se aprende a programar realizando ejercicios simples y sin sentido, sino modificando software y colaborando con proyectos reales.

Las empresas de software privativo tienen mucho interés en hacer llegar sus productos a las escuelas para inculcar una dependencia hacia ellos, por eso muchas veces los dejan gratis o a un precio muy reducido. No hacen un favor a los alumnos, al contrario. Cuando a un alumno le inculcan una dependencia hacia el software privativo, le están haciendo débil frente a corporaciones cuyo único fin es aumentar sus beneficios a cualquier precio. Los alumnos que quieran aplicar lo poco que han aprendido tendrán que gastar mucho dinero para poder utilizar productos a los que dichas empresas den soporte; aún así, nunca sabrán cómo funcionan.

La conclusión que podemos alcanzar es que el software privativo es completamente incompatible con la buena educación y con la libertad de los alumnos.

También porque las escuelas deben enseñar el espíritu de buena voluntad, el hábito de ayudar a los demás a tu alrededor, cada clase debería tener esta regla: estudiantes, si traéis software a la clase no podéis guardároslo para vosotros. —Richard Stallman