La privacidad que da cerrar el pico

Hay cosas que no debemos divulgar: el jaqueo de un sitio web, la compra de criptomonedas y de oro, un robo, etc. Para evitar ser identificados hay que usar tecnologías que permiten el anonimato (como Tor y redes privadas virtuales), pagar en efectivo y no mostrar documentos identificativos, eso está claro. Sin embargo, muchas veces olvidamos algo muy básico: cerrar el pico.

Crear una identidad digital anónima, por ejemplo, es muy sencillo: te registras con un nombre de usuario en una web usando una VPN o Tor y subes contenido. Perder ese anonimato, por otro lado, también es muy fácil: basta revelar algún dato relacionado con tu identidad real. Esas identidades digitales pueden tener datos, pero deben ser falsos. La manera de escribir también puede revelar nuestra identidad real, así que es recomendable hacer un esfuerzo para cambiar el estilo de redacción.

Las personas con las que interactuamos no deben saber nada que queramos mantener oculto, incluso aunque sean personas de confianza. Nunca sabemos si esas personas que hoy son de confianza lo seguirán siendo mañana. El estafador que vendió la Torre Eiffel dos veces, Victor Lustig, fue detenido porque su amante se puso celosa de una relación que tenía con otra mujer y decidió delatarlo.

Claro, muchas veces queremos fardar de nuestras proezas. Queremos presumir de nuestros jaqueos, queremos ostentar... Mejor no hacerlo. Es mejor ser humilde e inventarse alguna escusa. «Ese dinero me lo dio mi padre»; «tengo criptomonedas, pero poca cosa»... En resumen, lo mejor es cerrar el pico si no quieres que te pillen y tampoco quieres ser el punto de mira. No seas el tonto que presume de comprar 100 gramos de oro y se encuentra al día siguiente su casa desvalijada.

Patrañas sobre IA

Hay una burbuja del aprendizaje automático, pero esta tecnología ha llegado para quedarse. Cuando la burbuja explote, el mundo habrá cambiado a causa del aprendizaje automático. Pero probablemente será peor, no mejor.

A diferencia de lo que esperan los catastrofistas de la IA, el mundo no desaparecerá más rápido gracias a la IA. Los avances actuales en el aprendizaje automático no nos acercan a la IAF, y, como señaló Randall Monroe en 2018:

Lo que sucederá con la IA es el viejo y aburrido capitalismo. Su capacidad de permanecer en el poder consistirá en reemplazar a humanos competentes y caros con robots cutres y baratos. Los modelos de lenguaje de gran tamaño son un gran avance respecto a las cadenas de Markov, y Stable Diffusion puede generar imágenes que solo son un poco extrañas manipulando un poco los comandos. Los programadores mediocres usarán GitHub Copilot para escribir código trivial y plantillas (el código trivial es tautológicamente de poco interés), y el aprendizaje de máquina probablemente seguirá siendo útil para escribir cartas de presentación por ti. Los coches autónomos podrían llegar En Cualquier Momento™, lo que será genial para los entusiastas de la ciencia ficción y los tecnócratas, pero mucho peor en todos los aspectos que, por ejemplo, construir más trenes.

Los mayores cambios duraderos del aprendizaje automático serán más bien los siguientes:

  • Una reducción de la mano de obra para trabajos creativos cualificados.
  • La total eliminación de humanos en puestos de atención al cliente.
  • Contenidos basura y phishing más convincentes, estafas más escalables.
  • Granjas de contenidos que dominarán con ardides los resultados de búsqueda.
  • Granjas de libros (tanto electrónicos como en papel) saturarán el mercado.
  • Los contenidos generados por IA saturarán las redes sociales.
  • Propaganda y campañas artificiales generalizadas, tanto en política como en publicidad.

Las empresas de IA seguirán generando residuos y emisiones de CO2 a gran escala, ya que extraen agresivamente todo el contenido de Internet que pueden encontrar, externalizando los costes a la infraestructura digital mundial, y nutren con ese acopio las granjas de GPUs para generar sus modelos. Puede que los humanos tengan poder de decisión ayudando a etiquetar el contenido, para lo que buscarán los mercados más baratos con las leyes laborales más débiles con el objetivo de construir fábricas que explotan a trabajadores para alimentar al monstruo de datos que es la IA.

Nunca confiarás en otra reseña de un producto. Nunca volverás a hablar con un humano en la empresa que te proporciona Internet. El mundo digital que te rodea se llenará de contenidos insípidos y lacónicos. La tecnología creada para las granjas de interacciones —esos vídeos editados por IA con la chirriante voz de máquina que has visto últimamente en los canales que sigues— será comercializada como una marca blanca y usada para promover productos e ideologías a escala masiva con un coste mínimo desde cuentas de redes sociales que son llenadas con contenido de IA, cultivan una audiencia y se venden al por mayor y en regla con el algoritmo.

Todas estas cosas ya están sucediendo e irán a peor. El futuro de los medios es una regurgitación insípida y sin alma de todos los medios anteriores a la era de la IA, y el destino de todos los nuevos medios creativos es ser subsumidos en el amasijo enturbiante de matemáticas.

Esto será increíblemente rentable para los barones de la IA, y para asegurar su inversión están desplegando una inmensa y cara campaña de propaganda mundial. Para el público, las capacidades actuales y futuras posibles de la tecnología están siendo exageradas en promesas altisonantes ridículamente improbables. En reuniones a puerta cerrada se hacen promesas mucho más realistas de reducir los costes a la mitad.

La propaganda también se apoya en el canon místico de la IA de ciencia ficción: la amenaza de ordenadores inteligentes con poder para acabar con el mundo, el encanto prohibido de un nuevo Proyecto Manhattan y todas sus consecuencias, la tan profetizada singularidad. La tecnología ni se acerca a este nivel, un hecho bien sabido por expertos y los propios barones, pero la ilusión es mantenida con el intereses de presionar a los legisladores para que ayuden a los barones a erigir una muralla alrededor de su nueva industria.

Por supuesto, la IA representa una amenaza de violencia, pero como señala Randall, no proviene de la propia IA, sino de las personas que la emplean. El ejército de EE. UU. está probando drones controlados por IA, que no van a ser autoconscientes, pero aumentarán a gran escala los errores humanos (o la malicia humana) hasta que mueran personas inocentes. Las herramientas de IA ya se están usando para imponer fianzas y condiciones de libertad condicional —pueden meterte en la cárcel o mantenerte allí—. La policía está usando la IA para reconocimiento facial y «actuaciones policiales predictivas». Naturalmente, todos estos modelos acaban discriminando a las minorías, privándolas de libertad y, a menudo, matándolas.

La IA se caracteriza por un capitalismo agresivo. La burbuja propagandística ha sido creada por inversores y capitalistas que invierten en ella, y los beneficios que esperan de esa inversión van a salir de tu bolsillo. No se acerca la singularidad, sino que las promesas más realistas de la IA van a empeorar el mundo. La revolución de la IA ya está aquí, y no me gusta nada.

Mensaje provocativo

Redacté la primera versión de un artículo mucho más incendiario bajo el título «ChatGPT es el nuevo sustituto tecnoateísta de Dios». Hace algunas comparaciones bastante pertinentes entre el culto a las criptomonedas y el culto al aprendizaje automático, y entre la religiosa, inquebrantable y en gran medida ignorante fe en ambas tecnologías como precursoras del progreso. Fue divertido escribirlo, pero este es probablemente un artículo mejor.

Encontré este comentario en Hacker News y lo cité en el borrador original: «Probablemente vale la pena hablar con GPT4 antes de buscar ayuda profesional [para tratar la depresión]».

En caso de que necesites oírlo: no (advertencia: suicidio) acudas a los servicios de OpenAI para combatir tu depresión. Encontrar y concertar una cita con un terapeuta puede ser difícil para mucha gente —es normal que sientas que es difícil—. Habla con tus amigos y pídeles que te ayuden a encontrar el tratamiento adecuado para tus necesidades.

Este artículo es una traducción del artículo «AI crap» publicado por Drew Devault bajo la licencia CC BY-SA 2.0.

No más celulares a partir de ahora

Este artículo es una traducción del inglés del artículo «No Cellphones Beyond This Point» publicado por Alyssa Rosenzweig bajo la licencia CC BY-SA 4.0.

Me niego a llevar un celular —para mis confusos amigos en nuestra sociedad obsesionada con la tecnología—, aquí explico por qué. Algunos de vosotros ya me habéis preguntado cuál es mi número para enviarme mensajes. Quizá eras un profesor en una de mis clases pidiéndome que ejecutara algún software privativo en clase. Puede que fueras un familiar, preocupado de que en una situación insegura no fuera capaz de llamar para pedir ayuda.

Hay cuatro capas de razonamiento detrás de mi negativa a tener un celular, a pesar de ser una usuaria activa de Internet. En orden de menor a mayor importancia:

Primero, la electrónica de los celulares es incómoda para mí. Gran parte de mi tiempo frente al ordenador lo empleo en la escritura, la programación y el arte; para mí estas tareas requieren teclados de tamaño completo o tabletas de dibujo. Esta no es una razón ética para evitar teléfonos y tabletas, por supuesto, y reconozco que muchas personas tienen usos más adecuados para los factores de forma pequeños.

Segundo, los usuarios de celulares crean una cultura del celular. En una fracción de la vida de un adulto, los celulares han cambiado desde la inexistencia hasta usarse de forma socialmente aceptable mientras se habla con alguien en la vida real. Esta cultura no es inevitable para la electrónica digital —mucha gente usa la tecnología responsablemente, por lo que les aplaudo—, pero permanece depresivamente usual. Si tuviera que tener un teléfono frente a mi nariz mientras finjo hablar con mis propios amigos, solo seguiría perpetuando la noción de que es un comportamiento correcto. Como temo que pueda convertirme en alguien que usa inadecuadamente la tecnología de esta manera, evito llevar un celular completamente para evitar el riesgo ético.

Tercero, los celulares suponen riesgos graves para la libertad y la privacidad. La amplia mayoría de los teléfonos del mercado ejecutan sistemas operativos privativos, como iOS, y están repletos de software privativo. Asimismo, a diferencia de la mayoría de ordenadores portátiles y de escritorio, muchos de estos sistemas operativos ejecutan comprobaciones de firma. Es decir, es criptográficamente imposible y en muchos casos ilegal reemplazar el sistema por software libre. Esto por sí solo es una razón para evitar tocar estos aparatos.

La situación real es desafortunadamente peor. En la electrónica convencional hay un único chip principal dentro, la UCP [Unidad Central de Procesamiento]. La UCP ejecuta el sistema operativo, como GNU/Linux, y tiene el control total de la máquina. No es de esta forma para celulares; estos aparatos tienen dos chips principales —la UCP y la banda base—. La primera tiene el conjunto habitual de problemas de libertad; la última es una caja negra conectada a través de Internet con un conjunto de capacidades espeluznante. Como mínimo, debido al diseño de las redes telefónicas, en cualquier momento en que el teléfono está conectado a la red (es decir, la banda base está en línea), la ubicación del usuario puede ser rastreada triangulando la señal de las torres telefónicas. El riesgo es ya inaceptable para muchas personas. Las operaciones de telefonía tradicionales son vulnerables a la vigilancia y a la manipulación, al no estar cifrados ni los mensajes ni las llamadas. Y, para colmo, pocos teléfonos proporcionan un aislamiento aceptable de la banda base. Es decir, la UCP, que podría ejecutar software libre, no controla la banda base, lo cual a efectos prácticos hace ilegal ejecutar software libre en los Estados Unidos. Más bien, en muchos casos, la banda base controla la UCP. No importa si se usa mensajería encriptada sobre XMPP si la banda base puede simplemente tomar una captura sin el conocimiento ni el consentimiento del sistema operativo del lado de la UCP. Alternativamente, de nuevo dependiendo de cómo esté la banda base conectada al resto del sistema, puede tener la capacidad de activar remotamente el micrófono y la cámara. 33 años después, un mundo en el que cada persona lleva un celular supera las pesadillas de George Orwell. Puede que no tengas «nada que esconder», pero yo al menos todavía me preocupo por mi privacidad. Los celulares son espeluznantes. No contéis conmigo.

Finalmente, ante las graves implicaciones para la sociedad y la libertad, me niego a perpetuar este sistema. Podría decidir llevar un celular de todas formas, decidiendo que como una persona aburrida puedo sacrificar la libertad en nombre de la instantáneamente gratificante conveniencia. Pero al ser complaciente, solamente aumentaría el tamaño del problema, una pesada carga ética al usar el celular contribuye al efecto de red, como el nombre sugiere.

Si tuviera mi teléfono en frente de otros, estaría mostrando que «los celulares están bien». Si alguien me tiene como ejemplo ético, puede que ese alguien siguiera usando un celular.

Si dejara que mis amigos me enviaran mensajes de texto en vez de usar medios más éticos, estaría señalando que «enviar mensajes de texto está bien» y «es razonable esperar que las personas se envíen mensajes de texto». Si permanecieran pasivos ante la ética y necesitaran llevar un teléfono, esto podría empujarles a preservarlo.

Si usara un teléfono para actividades en clase, estaría indicando que «los estudiantes del siglo 21 deberían tener un teléfono». Preferiría ser la última resistencia en la clase para recordarles que esta no es una asunción ética.

Si recibo una mirada desconcertada de mis conocidos, confidentes y profesores, ahora tengo la oportunidad de educarles acerca del software libre y la privacidad. Pocas personas son conscientes de los peligros de estos «aparatos de vigilancia portables» como escribiría Richard Stallman. Estos «momentos extraños» son oportunidades perfectas para ayudarles a tomar una decisión más informada.

Al llevar un celular estaría perpetuando algo malvado. Al negarme a llevar uno, opongo resistencia y hago algo bueno activamente.

Bueno, ¿en vez de usar un celular, cuáles son mis alternativas?

Para la mayoría de tareas digitales, incluida la escritura de esta publicación, uso un portátil que ejecuta software libre. Además, ¡para conectarme a Internet, uso una tarjeta de Wi-Fi que ejecuta firmware libre!

Para hablar con mis amigos, uso protocolos descentralizados y de especificaciones libres cuando es posible. En concreto, estoy disponible en correo electrónico, XMPP y Mastodon. En algunos casos en los que esto no es posible debido al efecto de red, uso sistemas centralizados libres como IRC. En ocasiones, uso sistemas privativos a los que se les ha aplicado la ingeniería inversa para su uso con software libre, como Discord [el proyecto de ingeniería inversa al que enlazaba ya no existe]. De ser posible, me cubro de capas de encriptación implementadas con software libre, como GPG y OTR, para una protección extra contra amenazas de privacidad. Si la privacidad de la ubicación es un problema, me conectaré a través de Tor. Cualquiera de estas medidas es un paso importante más allá de las llamadas de teléfono, mensajería de texto, WhatsApp o Snapchat. Todas ellas juntas te protegeran de la mayoría de adversarios.

Para conectarme cuando estoy lejos de casa, busco redes Wi-Fi públicas, que pueden hacerse seguras con cifrado y con Tor. Si esto no es una opción, puede que necesite preguntar alguien para que me preste sus electrónicos —esto es desgraciado, pero mientras que el efecto de red está en juego, es éticamente aceptable explotarlo—. La mayoría del tiempo evitaré conectarme a Internet fuera de casa de todas formas; ¡soy más productiva desconectada!

Así que, sí, puedo vivir sin un celular. No es siempre conveniente, pero la productividad, la libertad y el comportamiento ético siempre prevalecen sobre la conveniencia.

Os animo a hacer lo mismo.

La privacidad es un asunto colectivo

Mucha gente da una explicación personal de por qué protegen o no su privacidad. A quienes no les importa mucho se les escucha decir que no tienen nada que ocultar. Quienes se preocupan lo hacen para protegerse de empresas sin escrúpulos, de estados represivos, etc. En ambas posiciones se suele asumir erróneamente que la privacidad es un asunto personal, y no lo es.

La privacidad es un asunto tanto individual como público. Los datos obtenidos por grandes empresas y gobiernos rara vez se usan de forma individualizada. Podemos entender que la privacidad es un derecho del individuo en relación con la comunidad, como dice Edward Snowden:

Argumentar que no te importa la privacidad porque no tienes nada que esconder no es diferente a decir que no te importa la libertad de expresión porque no tienes nada que decir.

Tus datos pueden ser usados para bien o para mal. Los datos recogidos de forma innecesaria y sin permiso se suelen usar para mal.

Los estados y las grandes empresas tecnológicas violan flagrantemente nuestra privacidad. Muchas personas dan su tácito beneplácito argumentando que no es posible hacer nada para cambiarlo: las empresas tienen demasiado poder y los gobiernos no van a hacer nada para cambiar las cosas. Y ciertamente esa gente acostumbra a dar poder a empresas que ganan dinero con sus datos y le está diciendo así a los estados que no va a ser una piedra en el zapato cuando quieran implementar políticas de vigilancia masiva. En el fondo, dañan la privacidad de quienes se preocupan.

La acción colectiva empieza en el individuo. Cada persona debería reflexionar si está dando datos propios que no debería, si está favoreciendo el crecimiento de empresas antiprivacidad y, más importante aún, si está comprometiendo la privacidad de sus allegados. La mejor forma de proteger la información privada es no darla. Con una visión consciente del problema pueden apoyarse proyectos en defensa de la privacidad.

Los datos personales son muy valiosos —tanto que algunos los llaman el «nuevo petróleo»— no solo porque pueden ser vendidos a terceros, sino también porque dan poder a quién los tiene. Cuando se los damos a gobiernos, estamos dándoles poder para que nos controlen. Cuando se los damos a empresas, les estamos dando poder para que influyan en nuestro comportamiento. En última instancia, la privacidad importa porque nos ayuda a preservar el poder que tenemos sobre nuestras vidas, el que tanto se empeñan en arrebatarnos. Yo no voy a regalar ni malvender mi datos, ¿y tú?

¿Arreglar o matar el JavaScript instalado automáticamente?

Este artículo es una traducción del inglés del artículo «Fix or Kill Automatically Installed JavaScript?» publicado por Julie Marchant bajo la licencia CC BY-SA 4.0.

En el ensayo de Richard Stallman, «La Trampa de JavaScript», se señala que la gente ejecuta software privativo que es silenciosamente, automáticamente instalado en sus navegadores cada día. De hecho, él restó importancia en gran medida al problema; no solo la mayoría de usuarias está ejecutando programas privativos cada día meramente navegando la Red, están ejecutando docenas o incluso cientos de tales programas cada día. La Trampa de JavaScript es muy real y prolífica; se dice que la Red está tan rota sin estas extensiones de HTML no estándares, normalmente privativas, que los navegadores han pasado a ni siquiera ofrecer una opción obvia para deshabilitar JavaScript; deshabilitar JavaScript, se argumenta, solo causará confusión.

Es obvio que necesitamos resolver este problema. Sin embargo, al centrarse en si los guiones son «triviales» o libres, el señor Stallman olvida un punto importante: este comportamiento de instalación de software automático, silencioso es, en sí, el principal problema. Que la mayoría del software en cuestión sea privativo es meramente un efecto secundario.

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